Antonio Lachós.- Hubo un tiempo no muy lejano en el que llovían audis del cielo. Ya sabe, cuando uno iba al banco y le daban un status social que no tenía, eso sí, con intereses. Luego dijeron que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, que es como decirle a uno de ochenta y uno que aparenta ochenta. Qué tiempos aquellos, snif.
Pues bien, cuando los audis, a los que pertenecían a una determinada clase social, o los que esa clase social se la daban en el banco, les dio por plantar oliveras, perdón olivos, en sus jardines. Ponías una olivera, perdón olivo, en tu jardín y parecía que sabías quién era Faulkner, Giono y Pascal Comelade. Es decir, que puesto a suplantar, suplantemos árboles, que menudo soy yo y mi audi. La olivera, perdón olivo, daba un rollo zen, un nosequé muy relacionado con la forma del tronco del árbol. Sí, también en las rotondas. Las mentes preclaras de los ayuntamientos se apresuraron a decorar rotondas con esculturas gordas o esculturas gordas con rotondas.
De ningún árbol se abusó tanto como de la olivera, perdón, olivo. ¿Problemas de lecto-escritura? Quiá, suplante usted una olivera, perdón, olivo, en sus rotondas. ¿Qué solo leo el marca? Quiá, suplante usted una olivera, perdón, olivo, en su jardín. Cautiva y desarmada, la olivera, perdón, olivo, esperaba el abrazo del abuelo de Saramago.
Viene esto a cuento por el concurso de fotografía Foto-Oleo convocado por la almazara ecológica Ecostean. El mundo de la olivera, perdón olivo, y del aceite dignificados en un concurso fotográfico en el que el premio es el equivalente al peso del ganador en litros de aceite. Agradable iniciativa en la que, al parecer y según las redes sociales virtuales, un jurado de ineptos echó por tierra una tarde de gloria.
Encontrar personas que digan que no les gusta la fotografía es tan difícil como encontrar personas que digan que no les gusta la música. Otra cosa es considerar qué es música, qué es fotografía. Para unos la fotografía es un soneto en el que si el resultado final son siete aliteraciones, tres sinécdoques, quince aes y cuatro mayúsculas nos encontramos ante una fotografía perfecta. Son ese tipo de fotografías autosatisfechas, que se recrean en su misma belleza narcisista, huecas por dentro y por fuera, que nada dicen, que nada saben. Eso sí, tienen siete aliteraciones, tres sinécdoques, quince aes y cuatro mayúsculas. Provocan un bostezo viejo, hijo del aburrimiento y de la nimiedad. Aunque tienen siete aliteraciones, tres sinécdoques, quince aes y cuatro mayúsculas. A veces esas fotos se cuelan entre las seleccionadas, incluso son premiadas. A veces, un autor presenta imágenes a nombre de su hijo, su abuela, su prima Encarnita y hasta a nombre del trozo de merluza que había puesto a descongelar en la fregadera.
Pero si un jurado de ineptos se lo propone puede regatear a las fotografías que tienen siete aliteraciones, tres sinécdoques, quince aes y cuatro mayúsculas. Y es en esos momentos cuando emerge una fotografía como Oro precioso de Quima Faro y cuenta esa verdad impronunciable que decía Peter Turnley: ”Las fotografías son una expresión de nuestras pasiones, las cosas que nos gustan, las cosas que nos hacen felices, lo que nos enfurece, lo que nos confunde, de lo que queremos saber más y al final, las fotografías no son sólo sobre historias/poemas acerca del mundo que vemos, sino son también un testamento y un legado de nuestras vidas como individuos“.
Hay fotografías que tienen en su interior una belleza indescifrable, una belleza que no atiende a métricas ni a técnicas, que no se puede acariciar ni tampoco herir. Es en esas fotos cuando más cerca se está de narrar lo incomprensible, de adentrarnos en la magia de lo cotidiano descifrado. Esa imagen es bonita como son bonitas las nubes que arrastra el viento. Es suficiente con eso.
Ecostean ha organizado un concurso fotográfico que dignifica al aceite. Hasta ahora nadie lo había hecho. Puede mejorarse en su concepción, pero va por buen camino. Aunque la verdadera batalla es la del léxico, la de llamar a las cosas de la misma forma que oímos decirla a nuestros padres, exactamente eso que se llama la lengua materna. En el mundo rural se diferencian, salvo muy pocas excepciones, dos tipos de árboles: los que dan sombra y los que dan fruto. Estos segundos son siempre en femenino, pues solo las hembras conceden descendencia. A pesar de la biempensancia y de la lengua como bandera, de Andaluces de Jaén y de la pac… aquí sólo hay oliveras. No está de más recordarlo.
Me gusta lo que dices sobre el olivo, perdón olivera. Intentar imponer unas reglas a la fotografía es lo mismo que ponerle puertas al campo, por eso dos personas distintas nunca van a ver una foto de la misma forma y ahí es donde reside la riqueza de nuestra diversidad.
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